El 17 de Diciembre de 2003 salía a la calle un número especial de la revista de la cultura del cannabis CAÑAMO. Se obsequiaba en esta ocasión a los compradores con un disco exclusivamente grabado por Los Planetas para la ocasión, titulado “Los Planetas se disuelven”. Se trataba, como decía, de un número especial que bajo el título “Música y Drogas” analizaba la relación que ha existido históricamente entre el consumo de determinadas sustancias y la composición e interpretación musical.
Es una publicación sin desperdicio, dividida en diferentes capítulos y que nos sorprende (relativamente) aclarando, sin tapujos, la enorme influencia que ha supuesto para muchos músicos en su carrera musical la presencia en su vida de las drogas. Músicos que van desde antiguos chamanes a los djs actuales, pasando por compositores clásicos (Berlioz, Wagner o Richard Strauss), hasta llegar a los actuales grupos indies patrios, habiendo analizado antes a gran cantidad de grupos de los años sesenta y setenta, la escena de Manchester, los pioneros del Jazz y del soul o estrellas del flamenco, entre otros.
Es un documento de gran interés, y si os quedasteis en su día sin vuestro ejemplar, desde “Yo ya te lo dije” os queremos resucitar algunos de los fragmentos más interesantes.
Para empezar os dejamos con la primera parte del capítulo titulado: “Las drogas en el punk británico. Suciedad, Furia y Velocidad” (I) (por Diego Manrique Núñez)
El punk estalló en el Reino Unido como una bomba. Los británicos no lo inventaron, desde luego, pero moldearon los fundamentos que llegaron de Estados Unidos hasta convertirlo en lo que luego sería su modelo más reconocible: Música rápida y feroz que expresaba la rabia de una generación de chavales desorientados, en medio de la peor crisis vivida por el antaño poderoso Imperio Británico.
El clima social era el adecuado, y también lo era el musical: los viejos dioses rockeros de los sesenta estaban acabados y/o excesivamente endiosados. De Norteamérica llegaba el eco de un excitante nuevo rock creado por los Ramones, los New York Dolls o –unos años antes- Iggy Pop y MC5. Sólo hacía falta que alguien mezclara estos elementos a la manera inglesa. Ese alguien fue Malcolm McLaren, un inteligente y maquiavélico terrorista cultural que había echado el ojo a las posibilidades de este movimiento cuando vivió en Nueva York . Hacia el final de 1974 fue manager de unos agonizantes New York Dolls, rotos por la heroína y el alcohol, y les convenció para cambiar su imagen y que aparecieran en escena ante banderas de la URSS y la China Comunista. Era una provocación de tintes políticos similar a las que a partir de 1976 usaría con los Sex Pistols, el grupo que formó con varios chavales que pululaban por Sex, la tienda de ropa que dirigía en King’s Cross, Londres (y por la que también andaban gente como Siouxie Sioux, Chryssie Hynde o Billy Idol, más tarde estrellas del punk –o del post punk- en Siouxie & The Banshees, Pretenders o Generación X).
Los Pistols fueron los responsables de la creación de una escena punk mucho más agesiva que la estadounidense: si las letras eran furibundas proclamas nihilistas, los conciertos eran orgías de escupitajos, pogo brutal y, muy frecuentemente, peleas a puñetazos. La violencia era consustancial a la situación social, pero también influían ciertos factores de consumo, pues unida a la ancestral cultura inglesa de la cerveza, estaba la tradición anfetamínica: era la droga de los teddy boys en los 50 y, sobre todo, la de los mods desde los 60. A mediados de los 70 la anfetamina ya no se tomaba en pastillas desviadas de su destino farmacéutico, sino en speed cocinado para su venta en la calle.
Es obvio que el speed era la sustancia idónea para una música rápida y furiosa, y no sería muy arriesgado afirmar que fue el combustible que también impulsó a importantes bandas surgidas a rebufo de los Pistols, como los Buzzcocks (su primer ep, Final Scratch, contiene varias referencias de su cariño a las anfetaminas), los gamberros Damned (y su oda psicoactiva “So messed up”) o los Pretenders (la leyenda cuenta que el guitarrista James Honeyman-Scott recibió speed como pago a sus primeras sesiones de grabación). Ni siquiera los Clash, único grupo que pudo competir con los Sex Pistols mientras estos duraron, tan concienciados como eran se resistían a los encantos de las anfetas en polvo. Su políticamente correcto lider, Joe Strummer, conocido (e incluso arrestado) por su pantagruélico consumo de marihuana, recordaría años después los efectos de su afición por el speed hacia 1977:”Tenía unos bajones en los que me hubiera machacado la cabeza con un martillo. Llegó un momento en el que el subidón no merecía la pena”.
Un personaje del entorno de los Clash, Alan Drake, resumió años después, en declaraciones para una biografía del grupo, Last Gang in Town, la importancia del speed en la escena:”Todo el mundo usaba drogas. Y en ese momento era speed, speed y más speed. Si no hubiera sido por el speed, la mitad del punk no hubiera ocurrido”. Pese a que todo el mundo consumía, algunos pasotes no eran permitidos. Así, Keith Levene, guitarrista fundador de los Clash (y luego compañero de Johnny Roten en PIL), fue expulsado en un confuso episodio: Levene se metía speed por vía intravenosa, y sus compañeros pensaron que se trataba de heroína. No lo era, pero no tardarían en verla de verdad.
lunes, 24 de noviembre de 2008
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